Este artículo analiza la relación entre la residencia controlada y las formas de explotación de los trabajadores migrantes y asentados en la región agroexportadora del Valle de Santo Domingo en Baja California Sur. Cada temporada, miles de jornaleros llegan a Santo Domingo para vivir en campamentos y trabajar en la cosecha agrícola, que terminará en los supermercados norteamericanos. La mayoría de los trabajadores migrantes provienen de regiones pobres y frecuentemente indígenas del sur de México, que circulan entre regiones agrícolas o se han asentado después de años de ir y venir. Sobre la base de la teoría de la explotación racializada, este artículo analiza el proceso de segregación espacial y el papel que juegan los intermediarios en las relaciones laborales y descarga de la responsabilidad patronal, así como la dominación a través del estigma de los trabajadores indígenas. El análisis de los resultados muestra un modelo de explotación laboral que invade la vida de los trabajadores a través de mecanismos de control formales e informales.
This article analyzes the relationship between controlled residence and forms of exploitation of migrant and settled workers in the agro-export Valle de Santo Domingo region in Baja California Sur. Every year, thousands of farm laborers arrive in Santo Domingo to live in camps and work in the harvest of agricultural produce that ends up in North American supermarkets. Most migrant workers come from poor and frequently Indigenous regions in southern Mexico, circulating among agricultural regions, while others have settled after years of coming and going to this region. Basing my study on the theory of racialized exploitation, I analyze the social process of spatial segregation and the role that labor intermediaries play in shaping labor relations shielding their employers from labor and legal responsibilities, and also discuss how they dominate workers by deploying the social stigma associated with Indigenous peoples. The analysis reflects a labor-exploitation model that penetrates workers’ lives through both formal and informal control mechanisms.
Introducción
La explotación laboral de los pueblos indígenas en México tiene antecedentes en el esclavismo colonial y acasillamiento poscolonial, y se ha actualizado en el capitalismo industrial. La globalización agroalimentaria ha construido a las poblaciones indígenas como fuerza de trabajo flexible en términos de movilidad, acampamiento e intensidad laboral. En la cadena global de valor de la industria hortícola, los trabajadores etnizados y racializados constituyen el eslabón de menor valor, pero a la vez estratégico para el proceso de acumulación capitalista y su renovación constante (Harvey 2019).
La región del Valle de Santo Domingo, en la península de Baja California, es un caso que condensa las características que, según James Greenberg y Josiah Heyman (2012, 244) definen al capitalismo discreto: dispersión, movilidad y flexibilidad en las cadenas de valor. Ciclo tras ciclo, cientos de tráileres atraviesan la única carretera transpeninsular cargados de tomates, espárragos, chiles y ejotes con destino a los supermercados de Estados Unidos. En tanto, desde el sur, miles de trabajadores nahuas y mixtecos, principalmente, y no indígenas de regiones marginadas arriban en camiones para instalarse en los campamentos de jornaleros y de empaque; los acompañan en el trabajo agrícola regional los trabajadores asentados en las colonias formadas en las últimas décadas.
Uno de los primeros hallazgos del estudio de la vida de estos trabajadores agrícolas en el valle es la organización residencial espacialmente diferenciada según estén destinados a ocuparse como trabajadores de campo (jornaleros) o bien de empaque. En los primeros, dominan las personas de origen indígena, en tanto en los segundos, las mujeres no indígenas. De tal forma que lo que ha sido estudiado como segmentación laboral étnica y de género (Lara 2012; Zlolniski 2019; Holmes 2013; Daria 2019), inicia como segregación espacial. El objetivo del artículo es comprender tal segregación espacial y segmentación étnica en relación con el control y explotación laboral de los trabajadores, y a la vez ampliar el análisis al orden simbólico que acompaña a tales condiciones estructurales de explotación diferenciadas étnicamente.
Aproximación conceptual y metodológica
La aproximación conceptual de este trabajo se nutre de las propuestas de Nina Glick Schiller (s.f.) sobre la importancia del lugar en el estudio de los procesos multiescalares que articulan más que determinar lógicas espaciales transnacionales y globales. A la vez, las perspectivas del capitalismo flexible de David Harvey (2019) y discreto de Greenberg y Heyman (2012) contribuyen a comprender las movilidades laborales en el marco de la acumulación capitalista dispersa y fragmentada espacialmente en circuitos amplios en términos geográficos. La categoría indígena se conceptualiza como una posición o estatus social a la luz de la propuesta de Nancy Fraser (2008), quien considera que este concepto nos permite comprender múltiples intersecciones de posiciones de clase, étnicas, raciales, de género o estatus ciudadano (migrantes) –es decir, de poder–. No se trata de despojar, analíticamente hablando, a las poblaciones indígenas de su bagaje cultural ancestral, solo de no utilizarlo como un marco de comprensión en los procesos de explotación laboral capitalista, sino más bien en los procesos de resistencia.
La tradición intelectual indigenista ha fallado en conceptualizar a los integrantes de pueblos indígenas como migrantes laborales y trabajadores asalariados. Como lo señala Michael Kearney (1996), los pueblos indígenas han sido construidos como campesinos sometidos a procesos de proletarización agrícola. El abordaje del nexo entre acumulación capitalista y el valor de la diferencia político-étnica en la agricultura proviene de los estudios antropológicos e interdisciplinarios sobre los circuitos agrícolas transnacionales entre México y Estados Unidos (Lara 2012; Zlolniski 2019; Velasco Ortiz, Zlolniski y Coubès 2014; Stephen 2007; Holmes 2013; Daria 2019; Benson, 2008) y los enclaves bananeros (Bourgois 1994). Seth Holmes (2013, 51) muestra que el nivel más bajo de la jerarquía étnica que organiza el trabajo agrícola en el estado de Washington lo ocupan los trabajadores indígenas; Holmes sigue los pasos del trabajo pionero de Philippe Bourgois (1994), quien desde los años noventa propuso el concepto de opresión conjugada, etnia-clase, para estudiar la explotación de trabajadores indígenas en las plantaciones de banano en Costa Rica. En estos trabajos, está presente la huella de la teoría marxista del valor y lo que Erik Wright (2000) señala como los mecanismos clásicos del capitalismo industrial: el control y explotación de la fuerza de trabajo. De manera desigual, los estudios antes mencionados responden a la crítica realizada por Cedric Robinson (2019) sobre la ausencia sistemática del tema racial en la ideología y teoría marxista de la acumulación capitalista. Robinson (2019) elabora la teoría del capitalismo racial afirmando que el esclavismo es un modo de acumulación desigual a nivel global que precede al capitalismo industrial. El anclaje histórico de la teoría del capitalismo racial más allá del esclavismo africano permite avanzar en el estudio de los mecanismos de explotación laboral de los pueblos indígenas con bases raciales y étnicas en los países latinoamericanos. El aporte de este artículo se ubica en los intersticios de la teoría de la acumulación capitalista y el capitalismo racial a través del estudio de los micromecanismos laborales que contribuyen a la construcción de sujetos indígenas como trabajadores agrícolas sometidos a procesos de precarización laboral, a través del control espacial de la movilidad y residencia, así como de la explotación intensiva. El artículo también indaga sobre la agencia reflexiva propuesta por Margaret Archer (2007) para comprender las respuestas cotidianas de los trabajadores a estas condiciones laborales, en una lógica contraria a la linealidad del poder, como lo propone Peter Benson (2008) en su estudio con cortadores de tabaco.
La metodología del estudio es mixta, cuantitativa y cualitativa.1 La estrategia cuantitativa consistió en dos encuestas: una a encargados de dieciséis empresas (seis con campamentos y diez sin campamentos) y a una muestra de 379 trabajadores representativa de 659 trabajadores residentes en ocho campamentos agrícolas (jornaleros y empacadores). Ambas encuestas fueron levantadas en temporada alta de espárrago y tomate, en noviembre de 2015. La estrategia cualitativa combinó la técnica de grupos focales y entrevistas en profundidad de corte biográfico. Los grupos focales se organizaron según diez perfiles sociales,2 y en total participaron sesenta y dos residentes con autoadscripción indígena y no indígena de Ciudad Constitución, cabecera urbana del Valle de Santo Domingo. El objetivo de los grupos focales fue profundizar sobre los mecanismos de control residencial y explotación de los trabajadores en la agricultura, y los consensos y disensos narrativos desde diferentes posiciones sociales en el valle. También se realizaron cuarenta y dos entrevistas (veinte hombres, veintidós mujeres, treinta y siete de origen indígena) a profundidad de corte biográfico cuyo objetivo fue estudiar el proceso de asentamiento de los trabajadores agrícolas y la reflexión sobre los cambios en las condiciones de control y explotación laboral.
El análisis revela que el control sobre los cuerpos y las vidas de los trabajadores incluye el traslado, la residencia y el trabajo en un discontinuum espaciotemporal. Este control invade los tiempos de descanso, ocio y recreación personal, familiar y comunitario, bajo la lógica de la producción intensiva. Los mecanismos de intensificación son formales a través de distintas modalidades de pago e informales a través de la presión sobre el surco y la extensión de horarios sin paga. El desgaste físico acorta la vida laboral de los trabajadores, quienes son desechados paulatinamente para ser sustituidos por cuerpos más jóvenes. La segregación y segmentación laboral, con base en líneas étnicas, prolongan y recrean las desigualdades entre trabajadores indígenas y no indígenas, como también prejuicios étnico-raciales.
El Valle de Santo Domingo: capitalismo agroalimentario y circuitos de movilidad multiétnica
El Valle de Santo Domingo se localiza en el municipio de Comondú, en la parte central de la península de Baja California en el noroeste mexicano (véase fig. 1). Es un valle de tierras desérticas que concentra al 82% de la población municipal, con 73,021 habitantes (INEGI 2020). Su poblamiento precede a las incursiones colonizadoras de los jesuitas en el siglo XVIII, a las que resistieron y sobrevivieron pueblos indígenas del desierto, ahora en peligro de extinción. A mediados del siglo XX, el valle fue objeto de la política de colonización agrícola del Gobierno federal, para poblar al territorio sudpeninsular, limitar los intentos anexionistas de Estados Unidos y responder a las exigencias de tierras de los campesinos del centro y del sur del país (Cariño et al. 2012, 96). Así nació Ciudad Constitución, el centro urbano más importante del valle, con cuarenta y tres mil habitantes (INEGI 2020).
Alrededor de esta ciudad, se dispersan un gran número de localidades rurales que contrastan con el paisaje industrial de grandes galerones que albergan por temporadas a miles de trabajadores agrícolas, así como los campos de cultivo que se adentran en los parajes desérticos. En 2015, fueron registradas cuarenta y siete empresas, productoras de espárrago y tomate, principalmente, con 7,315 trabajadores agrícolas. A partir de la muestra representativa de ocho campamentos, pertenecientes a siete empresas, se documentó que 75% del total de trabajadores vivían en esos campamentos, y de ellos 95% fueron contratados desde sus pueblos de origen. Solo 25% de los trabajadores residen en las colonias urbanas de Ciudad Constitución (Velasco Ortiz y Hernández Campos 2018).
El traslado de trabajadores se organiza en circuitos de movilidad fundados en la década de los setenta por empresas sonorenses y por los pioneros migrantes indígenas oaxaqueños, según los relatos de trabajadores asentados en colonias. La figura 1 muestra el circuito actual constituido por localidades de reclutamiento de trabajadores que se distinguen según el puesto que desempeñan en la agricultura industrial del valle. Los trabajadores del campo (pizca) son contratados principalmente en Veracruz, Puebla y Oaxaca (montaña), mientras que los empacadores provienen de Guanajuato, Sinaloa, Puebla y Oaxaca (Istmo). A su vez, esta geografía laboral distingue contingentes de trabajadores según su pertenencia étnica: el 73.8% de los jornaleros son indígenas, principalmente nahua (89.6%), en tanto que entre los empacadores solo 23.6% son indígenas.
El trabajo de jornalero incluye una diversidad de tareas, pero en general es poco calificado y descansa en el esfuerzo físico, por postura y desplazamiento en el surco, así como condiciones laborales a cielo abierto o en invernadero. Tal es el caso del cortador de espárrago que puede desplazarse tres kilómetros cortando los brotes tiernos bajo el sol, en una postura de pies cruzados alternadamente y la espalda doblada. O el cortador de tomate, el cual trabaja a sol abierto o en invernadero, avanzando con la cubeta de producto en jornadas de ocho horas o más. En tanto, el trabajo de empaque se realiza bajo techo, y las tareas son más acotadas. En el caso del espárrago, las tareas que ocupan más personal son sortear, bonchear y empaquetar. El trabajo típico de una boncheadora de espárrago consiste en juntar los brotes en racimos (bunches), cortarlos en la máquina para que sus tallos sean parejos y colocarles una liga alrededor sobre una banda en movimiento. Este trabajo se realiza de pie durante la jornada con una hora de descanso y requiere otras habilidades manuales y visuales como el corte preciso del bonche de espárragos o, en el caso del tomate, la clasificación por color. Tanto en la pizca como en el empaque, la velocidad de la actividad es parte de la naturaleza del trabajo y de lo que más adelante analizaremos como intensificación. Por ahora, solo hemos distinguido estos puestos de trabajo para comprender el significado de la segmentación étnica desde la localización y reclutamiento a distancia, como se puede observar en la figura 1.
Esta geografía de los circuitos de movilidad jornalera responde a una estrategia de las empresas dirigida a los lugares más empobrecidos del país, y que, dada la marginación histórica de los pueblos indígenas, coincide con la geografía étnica de la pobreza. Jornaleros y empacadores provienen de zonas rurales (83.7%), pero con niveles de marginación más altos entre aquellas de donde provienen los primeros (92.7%) respecto de los segundos (33%).
Por otro lado, el circuito también incluye puntos intermedios del noroeste mexicano, por ejemplo, entre Baja California Sur y Sonora, como estrategia empresarial de optimización de la mano de obra móvil. Bertha, empacadora mestiza, nos contaba cómo aprendió a viajar con la misma empresa desde el Valle de Santo Domingo a Caborca (Sonora): “Te dan viático de 1,600 [pesos]…3 el patrón te pone todo el camión; viajas, pero sin pagar. Tal vez te lo descuentan poco a poco, pero en el cheque que te dan, pagas algo como un seguro, algo ¿no? Llegas y hay cocinera, o sea la empresa tiene todo. Entonces tú no cocinas, tú nada”. Desde el traslado, se prevé la organización del trabajo, ya que “un camión trae bonchero, trae barrendero, traen sorteadores, traen completa su banda [se refiere al empaque]” (Bertha, grupo focal con empacadores, 8 de diciembre de 2015; cuarenta y dos años, de Oaxaca del Istmo).
Esta lógica de acumulación capitalista, de acudir a los lugares más pobres para convertirlos en obreros y posteriormente hacerlos circular entre las empresas, revela el papel de los empleadores en la organización de las migraciones laborales en términos de selectividad, temporalidad y dirección, tal como lo señala Fred Krissman (2005).
En el valle, operan reclutadores de larga distancia desde los lugares de origen y de corta distancia en las colonias de trabajadores asentados. Las entrevistas con los encargados de las siete empresas arrojaron que son las grandes y medianas las que usan los servicios de enganchadores de larga distancia, y una de ellas, el programa de gobierno de trabajadores temporales,4 en tanto que las dos pequeñas reciben trabajadores que llegan a través de sus propias redes. La variedad de intermediarios tradicionales y profesionales, en ocasiones con participación del Gobierno, ya ha sido señalada por otros estudios (Sánchez 2012; Zlolniski 2019). En el estudio, en campamentos no fue posible acceder a los intermediarios de larga distancia, sino solo a los que operan a corta distancia en las colonias urbanas.
En 2015, en Ciudad Constitución en el mismo Valle de Santo Domingo, el sistema de intermediación local estaba totalmente masculinizado y dominado por mestizos; solo dos hablan mixteco de Oaxaca. Operaban 52 transportistas, todos hombres, que se encargaban de la movilidad de corta distancia de 1,009 trabajadores para 16 empresas, sin contratos ni seguros contra accidentes. Los contratistas locales, conocidos como paneleros, son comúnmente extrabajadores del campo que vieron una oportunidad de movilidad laboral y que reclutan a través de redes de amistad en las colonias. El trabajo de panelero es definido por Rubén: “Panelero o transportista de personal agrícola consiste en llevar gente de distintos puntos de la ciudad hasta los lugares de trabajo. Además, se encarga de la supervisión, como surquero, vigilando que el trabajo se haga conforme el patrón lo quiere” (Grupo focal de paneleros, 29 de noviembre de 2015; treinta y seis años, mestizo, oriundo de Santo Domingo). El pago por trabajador transportado es de entre 20 y 25 pesos, adicionalmente 1,000 pesos semanales por el trabajo de surquero. En una semana ideal, pueden percibir 2,200 pesos, una vez descontados sus gastos de gasolina (Grupo focal de paneleros, 29 de noviembre de 2015). Según Adolfo, los trabajadores eligen con quien trasladarse en función del trato que les da el panelero –es decir, de la confianza–(Grupo focal de paneleros, 29 de noviembre de 2015), lo cual no evita que funcionen como agentes de control y disciplinamiento de la fuerza de trabajo. Sin embargo, pueden ser analizados como un peldaño en la escalera de explotación que propone Sarah B. Horton (2016, 24), ya que, si bien contribuyen con su función a la explotación laboral de los trabajadores, ellos mismos son explotados, tal como lo expone José Martín:
Nada más, le voy a ser sincero, vamos a hablar honestamente. Nosotros siempre excedemos la capacidad de las camionetas. ¿Por qué? Porque, para nosotros, como los fletes son muy baratos, no es costeable llevar. Si yo llevo quince gentes, me los pagan a 20 pesos, son 300 pesos…me los voy a gastar en gasolina, y ¿qué gano yo? (José Martín, grupo focal de paneleros, 2015; cuarenta y tres años, de Michoacán)
La misma inestabilidad que viven los jornaleros y empacadores al ser dependientes de las temporadas altas, la viven los transportistas: “Cuatro meses sin trabajar. Entonces, si no conseguimos un empleo, tenemos que pedir préstamos a los bancos y esperar a que llegue el ciclo de trabajo para empezar a pagar, y así es todos los años. Nosotros no tenemos una estabilidad económica” (José Martín, grupo focal de paneleros, 29 de noviembre de 2015).
Según Wright (2000), el control de la fuerza de trabajo son relaciones sociales que inician con el traslado de trabajadores de larga y corta distancia, continúa con la residencia en campamentos y se prolonga al espacio de trabajo. En tanto, la explotación se basa principalmente en a) la inestabilidad temporal y b) la intensificación del trabajo, en términos de extensión de las jornadas y presión a ciertos ritmos de trabajo. De este conjunto de elementos, los aspectos menos estudiados son precisamente la dinámica de la residencia en campamentos y la intensificación del trabajo, así como su significado diferencial para la vida de los trabajadores indígenas y para las mujeres, por lo que, en lo siguiente, me enfoco en esos dos aspectos.
Control residencial, abastecimiento de mano de obra y segregación espacial
Mientras el control de la movilidad opera para mantener el circuito regional y trasnacional de mano de obra, el control de la residencia funciona como estabilizador local de esos circuitos durante el tiempo necesario para cada ciclo de producción. La coincidencia del lugar de trabajo con el lugar de la residencia, aunque sea temporal, nos remite a la importancia de lo local como espacio donde confluyen distintos elementos del sistema capitalista, tal como lo señala Harvey (2019) y Glick Schiller (s.f). En el amplio espectro del capitalismo industrial, los campamentos son microespacios estratégicos en la acumulación del capital agroindustrial.
El control de la fuerza de trabajado a través de la residencia no es algo nuevo del capitalismo flexible y discreto. Según Joel Flores-Mariscal (2021, 9, e1487), en América Latina, la producción de hacienda y mina en el siglo XIX funcionó con la figura del peón acasillado. El término acasillado responde al hecho de que el trabajador se le hospedaba en la propiedad del dueño de la hacienda o de la mina, con la finalidad de asegurar su plena disponibilidad. Bajo este modelo de explotación, los peones fueron retenidos residencialmente a través del endeudamiento y por la fuerza con ejército irregular, o rural, que servía a los caciques (Flores-Mariscal 2021, 10, e1487). En la segunda mitad del siglo XX, los estudios sobre las regiones mineras y agrícolas mostraron la persistencia del control residencial de los trabajadores en América (Zapata 1977; Bourgois 1994; Velasco Ortiz, Zlolniski y Coubès 2014; Benson 2008).
Sin embargo, los campamentos como espacios sociales y laborales han sido poco estudiados en forma sistemática y, por lo tanto, conceptualizados con algunas excepciones. Benson (2008) al igual que Flores-Mariscal (2021) conciben los campamentos de jornaleros agrícolas como espacios residenciales con raíz histórica en el modelo de explotación esclava con dominio total de la vida de los trabajadores. A lo largo del siglo XX, el control residencial ligado a la explotación intensiva se plasmó en el régimen mexicano legal de excepción del trabajo temporal del campo (Flores-Mariscal 2021), lo cual llevó a normalizar la residencia estacional en campamentos como parte de las relaciones laborales de los trabajadores agrícolas.
Benson (2008, 597), desde una aproximación fenomenológica, define a los campamentos como expresiones espaciales de la violencia estructural propia de la explotación intensiva. Según este autor, en los campamentos, el poder y la percepción se conjugan para constituir espacios facializados o con rostro de subordinación y sumisión. Bajo esa lógica, la precariedad, la falta de intimidad, la segregación, la suciedad y el hacinamiento son percibidos bajo la cultura de la culpa individualizada de las personas que habitan ese lugar y no como resultado de la violencia estructural que ordena la explotación laboral (Benson 2008, 598). El mismo Benson (2008, 599) otorga una relevancia particular a los mecanismos de control de los trabajadores, a través de la vigilancia constante. En forma coincidente, la sociología de la movilidad define como un principio teórico la función que tiene el control sobre la movilidad en el espacio a través de agentes y mecanismos materiales y simbólicos (Urry 2000), para facilitar u obstaculizar los desplazamientos afectados por las relaciones de género, de clase y étnico-raciales. Benson (2008) muestra los múltiples ojos que ejercen la vigilancia sobre la vida íntima de los acampados: los capataces, camperos, médicos, trabajadora social, cocineras y los mismos trabajadores, quienes reflexionan en forma crítica sobre las relaciones de control y explotación laboral.
En este artículo, el campamento se define como un espacio de control laboral que extiende el poder del capital sobre la vida de los trabajadores, a través de la vigilancia por parte de los intermediarios laborales, privados y públicos, sobre los itinerarios íntimos asociados al descanso, la comida, la higiene personal y de movimiento, para salir y entrar de los campamentos –sin dejar de lado las estrategias de los trabajadores para escapar a ese control a través de ser vigilantes también de esos intermediarios (Benson 2008) y revertir la mirada unilineal del poder para definirlos en términos identitarios–.
Durante el trabajo de campo en el Valle de Santo Domingo, se encontró que, después del largo traslado desde sus pueblos, los trabajadores agrícolas arriban a campamentos dispersos y aislados, por lo que dependen del transporte de las empresas en casos de emergencia, para las compras o la recreación los fines de semana y para el regreso a sus lugares de origen al finalizar el contrato laboral. En términos generales, los campamentos están habitados por personas que viajan solas (92.1%), en tres partes por hombres y una cuarta parte por mujeres. Dos terceras partes no rebasan los veintinueve años de edad, y el 90.5% no rebasa los cuarenta y nueve años. Adicionalmente, poco más de la mitad de la población es indígena (55.2%). Estas características configuran una localidad espacialmente segregada etaria y étnicamente de personas solas. La soledad es un tema recurrente entre los acampados, que crean vínculos temporales para sobrevivir el aislamiento.
La configuración del espacio se asocia con el prejuicio sobre las necesidades del trabajador y el mínimo costo financiero, y, como lo señala Benson (2008) de su otredad. Existen dos modalidades de campamentos: a) una minoría, con residencia en cuartos; y b) y la mayoría, con residencia en galera.
Poco más de una cuarta parte de trabajadores (28.5%) se hospedan en campamentos que pueden tener entre dieciséis hasta setenta y dos cuartos. Aquí presentamos dos casos de campamentos pertenecientes a la misma empresa productora de espárrago. Esta empresa, en términos espaciales, funciona como el company town minero estudiado por Francisco Zapata (1977), ya que en el mismo terreno se ubican el empaque, los campos de cultivo, los campamentos de trabajadores y el edificio de administración. Es un gran espacio alambrado al que se accede por una carretera secundaria sin transporte público, con vigilancia las veinticuatro horas.
El campamento de empacadores está constituido por veinte cuartos, con áreas separadas para hombres y mujeres, procedentes de Guanajuato y de Veracruz. La construcción es de tabique con piso de cemento. Cada cuarto tiene dos camas individuales con ventilación, luz natural y acceso al patio pavimentado. Los baños son colectivos, con regadera individuales y excusados diferenciados por sexo femenino y masculino. En el patio, hay bancas y mesas bajo un techo, donde los trabajadores descansan o comen su almuerzo. Las pláticas informales en este espacio con mujeres procedentes de Guanajuato, que viajan en grupo de amigas o familiares, nos informaron sobre sus grandes expectativas del trabajo a destajo para mejorar sus casas o ahorrar para la escuela de sus hijos.
El campamento de trabajadores del campo está a medio kilómetro aproximadamente y tiene condiciones de infraestructura similares, pero su uso es más intensivo. Por ejemplo, los cuartos son ocupados por un mayor número de trabajadores que el de empaque (cinco o seis personas por cuarto). No hay mujeres, solo hombres que comparten los baños y regaderas. También hay áreas de descanso compartidas bajo techo y un comedor con bancas y mesas de madera. En ese campamento, observamos más hombres solos que provenían de Puebla y Veracruz, hablantes de náhuatl y muy jóvenes (algunos de ellos recién cumplidos los dieciocho años).
Los campamentos tipo galeras son las más frecuentes y hospedan a la mayoría de los trabajadores agrícolas del valle (74.2%). Consisten en grandes galerones de tamaños diversos que contienen desde setenta y ocho hasta cuatrocientos literas. La disposición de las literas es continua, casi sin espacio entre una y otra. En esta modalidad, también presentamos dos casos de campamentos de la misma empresa, de empacadores y jornaleros, que produce tomate y espárrago y que se separa del perfil del company town mencionado antes, ya que sus oficinas, campos de cultivo y campamentos jornaleros están separados.
El campamento de empacadores está ubicado a la orilla de la carretera transpeninsular cerca del centro urbano. Los galerones de hombres y mujeres solas están separados y se dispersan por el amplísimo terreno arbolado, lejos del galerón familiar. Son estructuras prefabricadas de material plástico con ventanas y una altura de unos dos metros, lo que hace que el espacio vital sea más amplio. En su interior, es posible ver literas apenas distinguibles porque los mismos trabajadores forran con sábanas multicolores cada litera como una forma de construir cierta privacidad. Afuera de los galerones, hay una vida social activa: hombres que se rasuraban unos a otros, mientras en otras áreas lavan sus ropa con agua corriente. El campamento tiene zonas de descanso bajo techo o árboles para los trabajadores, donde hay personas que platican o realizan alguna actividad en grupo.
En tanto, el campamento de cortadores de espárrago resulta un caso extremo de precariedad y hacinamiento. Su ubicación está aproximadamente a doce kilómetros de la carretera principal. Existe un solo galerón de cincuenta metros, construido con lámina de metal en paredes y techo, con piso de cemento. Las literas están pegadas unas a otras, y se puede observar algunas mochilas colgando en cada cama o bien guardadas debajo de ellas. Este campamento está habitado por hombres solos, muy jóvenes, algunos adolescentes, provenientes de Veracruz y Puebla, varios de ellos hablantes monolingües de náhuatl. No hay regaderas, solo cuartos donde pueden llevar una cubeta y bañarse a jicarazo. Los jóvenes lavan su ropa en los únicos cuatro lavaderos mientras bromean y ríen. Ambos tipos de campamentos cuentan con comedores con infraestructura diferenciada, en detrimento de los trabajadores del campo.
El lugar que ocupa la alimentación de los trabajadores agrícolas para el modelo de explotación ha sido poco abordado. Sin embargo, en las visitas de campo, surgió como un tema estratégico para administradores y trabajadores, vinculado al espacio de los comedores en los campamentos. Aquí las cocineras y trabajadoras sociales son las protagonistas de la alimentación, como práctica nutricional y de cuidado. En todos los casos, encontramos cocineras itinerantes entre las distintas regiones donde operan las empresas, quienes ofrecieron reflexiones sobre el gusto culinario de los trabajadores.
En general, la permanencia de los trabajadores en los campamentos depende del sometimiento a reglas sociales (no beber, no fumar, no drogarse), pero más importante, a reglas laborales informales. En el trabajo de campo, encontramos reglas que aplican en forma diferenciada en los campamentos según la empresa, y si son trabajadores de empaque o del campo. Frecuentemente escuchamos quejas de que no pueden faltar al trabajo y quedarse en el campamento. En caso de que esto suceda, tendrán la visita de la trabajadora social para saber la causa; si es por enfermedad, no siempre se les paga el día, y si es por “cansancio”, se les castiga con días sin trabajo. Algunos trabajadores de pizca hablan de estar exhaustos, de sentir la espalda adolorida y no poder levantarse al siguiente día. Lo que interesa remarcar de estas reglas formales e informales es la vigilancia laboral a la vida íntima y del cuerpo de los trabajadores por la empresa a través de su personal, en aras de la explotación intensiva.
El análisis de estos datos lleva a distinguir tres mecanismos de control espacial vía la residencia. El primero es la segregación étnica y de género de la residencia, en la medida que en los campamentos de empaque dominan las mujeres mestizas, y en los campamentos de trabajadores del campo dominan hombres indígenas. El segundo es el control sobre las rutinas personales y el tiempo de descanso y la alimentación. Y el tercero es el control del libre tránsito de los trabajadores. En seis de los ocho campamentos, se tiene personal de seguridad que vigila la entrada y salida de personas y vehículos. Incluso, de los ocho campamentos, tres no permiten a los residentes recibir visitas, y en un campamento, está prohibido que los residentes entren y salgan libremente del campamento. En el trabajo de campo, registramos historias sobre la persecución de trabajadores con armas de fuego que salieron de los campamentos por incumplimiento de lo convenido antes de su traslado, o bien porque habían huido por malos tratos. Esos casos son signos de una esclavitud moderna con mecanismos de coerción extremos, tal como lo señala Klara Skrivankova (2010), pero intrínsecos a la explotación del modelo agroexportador.
Los grupos focales y entrevistas con trabajadores y extrabajadores agrícolas que residen en colonias, ya fuera en cuarterías rentadas o en viviendas propias, señalan la importancia que tiene deshacerse del control que invade su vida íntima y cuerpo, y reapropiarse de su fuerza de trabajo al salir de los campamentos, traducida en su libertad para “hacer lo que quieran” y de contratarse con las empresas que les ofrezcan mejores opciones.
Calixto es un trabajador del campo que vive en cuartería, después de diez años de ir y venir entre Oaxaca y el Valle de Santo Domingo, y de hospedarse en campamentos. Tiene treinta y dos años, originario de Xochistlahuaca y hablante de amuzgo. Su decisión de romper con el patrón de vivir en campamento se debe a dos razones. La primera es que “no era vida, ahí estabas…todos amontonados, con los camperos encima, sin poder faltar, ni enfermarte un día. La luz se apaga a las nueve de la noche, no tienes nada, solo un colchón donde dormir, no puedes escuchar música, no puedes hacer lo que quieres” (Calixto, entrevista, 19 de diciembre de 2015).
La segunda razón para dejar la vida de campamentos es que Calixto percibe que los trabajadores de campamentos ganan menos porque les cobran el pasaje y la comida, y que tienen que esperar hasta que termine el contrato. Ahora, Calixto se puede contratar en diferentes lugares según donde le ofrezcan mejor paga, permutando entre La Paz y el Valle de Santo Domingo, en el corte de verduras con pequeños rancheros. Este interés por reapropiarse de su fuerza de trabajo a través del asentamiento ha sido documentado en otros estudios sobre jornaleros agrícolas en México (Velasco Ortiz, Zlolniski y Coubès 2014; Daria 2019).
La explotación laboral: inestabilidad e intensificación del trabajo
El otro gran elemento que caracteriza las relaciones sociales del capitalismo agroexportador es la explotación intensiva. Siguiendo la propuesta de Wright (2000), este apartado analiza las variantes empíricas de la explotación de la fuerza de trabajo a través de las condiciones de trabajo precarias dadas por la inestabilidad y la intensificación del trabajo a través de las formas de pago y la duración de las jornadas de trabajo.
La inestabilidad o eventualidad (Pedreño et al. 2015, 156) y la intensificación extrema son las fuentes principales del antagonismo político entre trabajadores y patrones, tal como propone Wright (2000), aun cuando los intermediarios contribuyan a eludirlo en la vida cotidiana. En el Valle de Santo Domingo, la inestabilidad e inseguridad laboral están legitimadas por la ley que regula a los trabajadores agrícolas como temporales.5 La mayoría de los contratos son por menos de seis meses (94.8% para jornaleros y 95.9% para empacadores), lo que lleva a la suspensión constante de las prestaciones laborales, aun cuando acumulen antigüedad.
Los datos de la encuesta fueron apoyados por los generados a través de los grupos focales y las entrevistas en profundidad, los cuales revelaron contratos o arreglos laborales por seis meses o menos para ambos puestos de trabajo, con desventajas para los trabajadores locales o asentados. Estos últimos son utilizados como reserva en caso de no lograr suficiente mano de obra acampada. Las empresas, aun las que tienen campamentos, recurren a trabajadores locales como una estrategia complementaria.
Bertha es trabajadora local, empacadora de espárrago; su reflexión sobre la competencia laboral entre locales y foráneos nos permite observar la inestabilidad ligada a la temporalidad y la cadena de producción en circuito:
Las bandas6 compiten. ¿Por qué? Porque hay bandas que traen trabajadores de afuera, y esa gente es experta. ¿Por qué? Porque se mueven de un lugar a otro. Como ahorita que se acabó aquí [se refiere al valle], se van a ir a San Luis [Río Colorado, Sonora] y luego a Caborca [Sonora]. Luego vuelven a regresar aquí, en abril. Se acaba en julio, se vuelven a ir a Guanajuato, regresan a su estado natal: Guanajuato, Sinaloa, Veracruz, Puebla. Regresan y se van para Guanajuato, donde empieza en agosto hasta septiembre, y vuelve a empezar otra vez aquí. Entonces, ellos son expertos, vienen ganando más que la gente local. (Grupo focal con empacadoras, 8 de diciembre de 2015)
Los diálogos en los grupos focales ilustran la inestabilidad laboral asociada a la movilidad en el circuito regional y entre empresas en la misma localidad:
C. T. ¿Y qué hacen cuando no hay trabajo del empaque? ¿A qué se dedican?
BEATRIZ. Pues al campo, a buscarle en otros lados. En lo que sea, en lo que vaya saliendo.
BERTHA. Empieza la papa.
JUAN. Si ya no hay espárrago, pues, nos vamos al corte del tomate, al deshierbe, por tareas o lo que salga.
BERTHA. Lo que haya.
BEATRIZ. En el campo…
C. T. ¿Se cambian de empresa o se quedan en la misma?
JUAN. No, pues, depende, donde nos convenga más, pues. Si hay por tareas, sales más temprano, si es por el día, unos pagan más, otro menos. Se pasa uno donde le convenga, pues.
UVALDO. Por ejemplo, ahorita ya está el cherry, va empezando, ya están cortando.
JUAN. Ajá.
UVALDO. Ya están cortando en el cherry.
C. T. ¿Y cómo es el cherry? ¿Es bien pagado?
UVALDO. Sí.
BEATRIZ. Sí, es bien pagado, es por kilo.
MARÍA. Donde nos den trabajo.
BEATRIZ. Sí, donde nos den. Donde nos salga mejor. Es por kilos. La cubeta la pagan a doce pesos, y pos la verdad sí sale.
C.T. Sí, sale con doce pesos.
BEATRIZ. Nomás que ahorita en tiempo de frío casi no hay mucho; se da en tiempo de calor. (Grupo focal empacadores, 2015)
Como se observa, los trabajadores asentados tienen una movilidad definida por las opciones de empleo local, con un marco más amplio de decisiones individuales o familiares que los acampados, para quienes su inserción laboral está definida previamente por la segmentación etnia-género que opera desde el traslado y luego en la residencia. Según los datos de la encuesta, de los acampados, los hombres hablantes de lengua indígena están concentrados en la pizca (61.7%), y las mujeres mestizas en el empaque (73.6%).7
La inestabilidad está ligada a la seguridad o protección en el empleo, en términos de servicios médicos y riesgos en el trabajo. En el caso de los acampados, la encuesta arrojó un balance negativo en este rubro para los trabajadores del campo frente a los de empaque. Poco más de una tercera parte de los jornaleros de campo no tienen seguro social, frente a un 10% de los empacadores, y han sufrido accidentes de trabajo en los últimos tres meses, poco más del doble que los empacadores (10% vs. 4.5%), sobre todo quemaduras de sol e insolación. En tanto, a poco más de la mitad de los jornaleros de campo no se les paga incapacidad por enfermedad a diferencia de poco más de una tercera parte de los empacadores, y en porcentajes similares, no se les otorga media hora de descanso. El desinterés por garantizar seguridad social universal descansa en la premisa subyacente de la desechabilidad de los trabajadores agrícolas, una vez que no producen lo suficiente.
José Trinidad, de Michoacán, nos dice al respecto: “Yo me vine a las piscas de algodón; tenía veinticinco años cuando yo caí aquí, ahorita tengo setenta y tres años”. José habla sobre las dificultades de dejar de trabajar, ya que no cuenta con jubilación, como todos los que participaron en el grupo focal de mayores de sesenta años:
La semana pasada me enfermé de mi pie, de ahí me rebajaron mi aguinaldo, me dieron 385 pesos de agosto a esta fecha [diciembre]. Es muy poco lo que me dieron, y yo nunca le fallo en el trabajo, aunque sea a pasito o malo como ande, pero yo ando trabajando y no reniego, no les digo que ando malo, no les digo nada porque no quiero que me corran del trabajo. Pero esos señores de plano maltratan y no te quieren pagar. [Te dicen], “Apúrale”, y que si no puedes, ¿a qué vienes? Yo trabajo por necesidad. Si no tuviera necesidad, ¿usted cree que yo iba a andar en el campo? Yo creo que no andaría en el campo, porque amanece uno todo cansado, después de andar hincado todo el día, andar de rodillas, es una cosa muy dura; las rodillas las traigo hinchadas, traigo los pies hinchados. (Grupo focal con adultos mayores, 13 de diciembre de 2015)
La selección de cuerpos jóvenes parece una estrategia clara, dadas las edades de los trabajadores agrícolas acampados, donde 90.7% no rebasa los cuarenta y nueve años. Félix, empacador y líder de la única organización de indígenas en el valle, comenta,
Yo escuché que estaban diciendo que una compañía local, invernadero de tomate, que los de cuarenta y cinco o cincuenta años, que ya ni se arrimaran, ya no los aceptan…pero como dijo la compañera, aún tienen necesidad de comer. Ahora, no le van a pedir regalado al sistema, sino que ¡es trabajo! Yo también voy para grande, y no me gustaría que a los cuarenta y cinco años o los sesenta, los cincuenta me dijeran, “Ya no hay trabajo para ti”. (Grupo focal de líderes y activistas, 17 de diciembre de 2015; cuarenta y cuatro años, habla mixteco)
James Daria (2019, 157) describe y analiza con sumo cuidado este mecanismo de desechabilidad en la región agrícola del Valle de San Quintín, en la misma península bajacaliforniana, a través de lo que llama “el ninguneo” (nobodyness), asociado a la ausencia de prestaciones laborales en especial de salud, que niega la reposición digna de la fuerza de trabajo y obliga a los viejos a seguir en el surco.
Respecto a la intensificación laboral, conceptualmente se ha aplicado más a los recursos naturales y tecnológicos de la producción agrícola, y no tanto a la fuerza de trabajo. Ante tal ausencia conceptual, acudimos al concepto marxista de explotación como la usurpación legítima de la fuerza de trabajo (Wright 2000), como una inversión energética no homologable entre los sujetos de la producción. En el caso de estudio, significa que un solo trabajador puede producir lo de varios trabajadores si estos lo hacen a un ritmo más lento en una unidad de tiempo mayor.
La encuesta en campamentos arrojó que la intensificación del trabajo descansa en un complejo sistema de rutinas y formas de pago que incrementan la inestabilidad e involucran distintas fuerzas físicas y unidades de tiempo invertido. En la tabla 1, se puede observar que los empacadores (64.5%) presentan modalidades de pago (destajo y tarea) que denotan mayor intensidad de trabajo, ya que se basan en la velocidad de la actividad, en tanto que los jornaleros se desempeñan por destajo y tarea (40.2%), y por jornal o día (46.6%) en proporciones más cercanas. Estos datos llamaron la atención en torno a las dinámicas laborales descritas en entrevistas a profundidad y grupos focales con jornaleros, quienes narraron que el pago por día está ligado a una carrilla intensa por parte del mayordomo o surquero, que empuja (apura) a que el trabajador haga el mayor número posible de tareas o de producto durante la jornada de trabajo; es decir, la modalidad de pago por jornada puede ser una estrategia gerencial de bajar los costos de la mano de obra, al no pagar por destajo, pero con mecanismos informales en surco (la carrilla) para asegurar una determinada producción.
Indicadores . | Jornalero (%) . | Empacador (%) . |
---|---|---|
Sustracción salarial y de pagos | ||
No se les pagan horas extras | 76.9 | 51.6 |
No se les paga un día por cada 6 días trabajados | 80.8 | 89.3 |
Intensificación del trabajo | ||
Duración de las jornadas laborales | ||
Mediana de horas semanales trabajadas | 56.0 | 56.0 |
No descansa el domingo | 90.9 | 82.3 |
Principales formas de pago | 100.0 | 100.0 |
Por tarea | 17.2 | 28.0 |
Por destajo (bote, cubeta o caja) | 23.0 | 36.5 |
Por jornal o día | 46.6 | 22.7 |
Por hora | 0.0 | 0.9 |
Por sueldo fijo o salario semanal | 13.2 | 11.4 |
Otro | 0.0 | 0.5 |
Mediana de salario mensual (pesos corrientes) | 5093.0 | 8857.0 |
Mediana de salario promedio diario (pesos corrientes) | 164.0 | 286.0 |
Indicadores . | Jornalero (%) . | Empacador (%) . |
---|---|---|
Sustracción salarial y de pagos | ||
No se les pagan horas extras | 76.9 | 51.6 |
No se les paga un día por cada 6 días trabajados | 80.8 | 89.3 |
Intensificación del trabajo | ||
Duración de las jornadas laborales | ||
Mediana de horas semanales trabajadas | 56.0 | 56.0 |
No descansa el domingo | 90.9 | 82.3 |
Principales formas de pago | 100.0 | 100.0 |
Por tarea | 17.2 | 28.0 |
Por destajo (bote, cubeta o caja) | 23.0 | 36.5 |
Por jornal o día | 46.6 | 22.7 |
Por hora | 0.0 | 0.9 |
Por sueldo fijo o salario semanal | 13.2 | 11.4 |
Otro | 0.0 | 0.5 |
Mediana de salario mensual (pesos corrientes) | 5093.0 | 8857.0 |
Mediana de salario promedio diario (pesos corrientes) | 164.0 | 286.0 |
Fuente: Elaboración propia con información de Velasco Ortiz 2016 y bases de datos de encuestas a residentes de campamentos de Comondú, Baja California (El Colef-CDI 2015).
En el grupo focal de jornaleros, Prisciliano nos explica lo que es la carrilla:
Le voy a contar lo que me pasó. Hoy, fuimos a trabajar al campo allá con los Ulises. Ese patrón no quiere ni que te pares tantito, todo el día agachado, las ocho horas, nomás sales a comer media hora, no más. Llega la media hora y pip pip, ¡pa’ dentro otra vez¡ Y hasta las tres de la tarde, agachado las ocho horas; y cuando uno se levanta poquito a tomar agua, ay, nomás dice, “Ay, hijo de la shing [chingada]”. Por eso te digo, así como los patrones exigen que le eches ganas, así deberían de pagar otro poquito. ¿Tú crees? Nos pagan 140 pesos por las ocho horas, y no te creas que descansas un ratito, ni tan siquiera te dejan parar poquito, así dos minutos, tres minutos, nombre…Una vez nos corrió como a unos veinte porque no íbamos a ritmo, según él. Nada más nos señaló y le dijo al cuadrillero, “Sácalos de aquí”. No nos quería pagar, pero le dije, “Págame. Si no, te arranco la planta de chile que ya te planté”…y me tuvo que pagar. (Grupo focal con jornaleros, 15 de diciembre de 2015)
En los grupos focales, la crítica más constante de los jornaleros se dirigió al monto salarial asociado al esfuerzo físico, la presión (la carrilla) y la inestabilidad. Según la tabla 1, la mediana de ingreso para los jornaleros es de 5,093 pesos, en tanto que para los empacadores es de 8,857 pesos mensuales. Este diferencial salarial se asocia a las formas de pago dominantes entre empacadores que es el destajo y por tarea. Sin embargo, no todos los que trabajan en el empaque ganan lo mismo: el sorteador generalmente es pagado por día; en tanto, el boncheador/a (generalmente mujeres) y el empaquetador/a son pagados por destajo. Las boncheadoras que participaron en el focal hicieron alusión constante a la conveniencia de trabajar en estas modalidades para obtener mayores ingresos. Sin embargo, algo no previsto ni en la encuesta ni en las entrevistas abiertas, y que surgió en el grupo focal, fueron los horarios de trabajo como el núcleo de su mayor insatisfacción. Una realidad reiterada fue que el producto no es constante a lo largo del día ni a lo largo de la temporada alta. Pongamos el ejemplo del espárrago, que en temporada alta puede tener tres cortes al día, lo cual implica que va llegando paulatinamente al empaque y que puede haber horas sin producto.
Josefa cuenta cómo se alarga el horario de trabajo en la espera del producto a empacar:
Se paga por el producto [a destajo], pero paran de contar el tiempo de trabajo cuando el producto se acaba, y empieza a contar cuando vuelve a llegar. Entonces, si entramos a las nueve y se terminó el espárrago a las once y llegó otra vez a las dos de la tarde el camionero con el producto, esas tres, cuatro horas ya no nos las están pagando como empacadoras. Aunque estemos ahí en la empresa. (Grupo focal con empacadores, 8 de diciembre de 2015)
El alargamiento de los horarios de trabajo es un mecanismo de la flexibilidad laboral fuera de la ley, que carga sobre el trabajador el costo de la inestabilidad de la producción agrícola. Juan comenta,
Por lo que pagan en el empaque del espárrago, pues sí está bien. Cuando va empezando [la temporada], sí te pagan bien, trabajas más, pero te sale más dinero. Y ya al último, cuando se está acabando el producto, ya es cuando no te sale bien. Es cuando trabajas cuatro, cinco horas, seis horas. Pero igual, como decían ellas también [se refiere a otras participantes del grupo focal], si se acaba el espárrago, pues ahí te quedas en el empaque hasta que traen más, pero pierdes esas horas, pues. O sea, casi vienes saliendo a la misma hora, pero con menos dinero. (Grupo focal con empacadores, 8 de diciembre de 2015)
La mayoría de los trabajadores agrícolas, jornaleros y empacadores encuestados que viven en campamentos trabajan de ocho a diez horas diarias, entre seis y siete días, y acumulan una mediana de cincuenta y seis horas semanales de trabajo. La intensidad laboral se compone de ese esfuerzo físico para trabajar rápido y el tiempo durante el que se realiza el trabajo (horarios y días de trabajo). Estos datos indican el control del tiempo vital de los trabajadores y la extracción de valor por medios ilegales, como se observa en el no pago de horas extras y del séptimo día en la tabla 1.
En el caso de los trabajadores locales, que no viven el control residencial, la inestabilidad e intensificación suceden bajo las dinámicas de las empresas medianas y pequeñas principalmente. En la tabla 2, con información de los grupos focales y entrevistas en profundidad, se observan las opciones laborales locales en torno a productos, formas de pago y unidades de producción que exigen rutinas laborales sumamente flexibles a nivel individual y familiar.
Producto . | Formas de pago (unidad de medición) . | Pago por unidad (MXN) . | Total de unidades recolectadas por día (trabajador experimentado) . | Pago por día de trabajo (trabajador experimentado) (MXN) . | ||
---|---|---|---|---|---|---|
Espárrago | Cosecha | Día | 250 | 1 | 250 | |
Caja | 7 | 20–30 | 175 | |||
Empaque | Día | 250 | 1 | 250 | ||
Ejote | Cubeta (7 kg) | 12 | Cuando hay mucho producto | 20 | 240 | |
Cuando escasea el producto | 10 | 120 | ||||
Tomatillo | Bote | 4 | 100–130 | 400–520 | ||
Chile | Cosecha | Bote | 5 | 100 | 500 | |
Papa | Cosecha | Arpilla o costal | 8 | Cuando hay mucho producto | 50–55 | 400–500 |
Cuando escasea el producto | 30–35 | 240–75 | ||||
Naranja | Cosecha | Canasto (55–80 kg) | 11–20 | Trabajo en grupo de tres personas | 50–60 | 1800–2000 |
Producto . | Formas de pago (unidad de medición) . | Pago por unidad (MXN) . | Total de unidades recolectadas por día (trabajador experimentado) . | Pago por día de trabajo (trabajador experimentado) (MXN) . | ||
---|---|---|---|---|---|---|
Espárrago | Cosecha | Día | 250 | 1 | 250 | |
Caja | 7 | 20–30 | 175 | |||
Empaque | Día | 250 | 1 | 250 | ||
Ejote | Cubeta (7 kg) | 12 | Cuando hay mucho producto | 20 | 240 | |
Cuando escasea el producto | 10 | 120 | ||||
Tomatillo | Bote | 4 | 100–130 | 400–520 | ||
Chile | Cosecha | Bote | 5 | 100 | 500 | |
Papa | Cosecha | Arpilla o costal | 8 | Cuando hay mucho producto | 50–55 | 400–500 |
Cuando escasea el producto | 30–35 | 240–75 | ||||
Naranja | Cosecha | Canasto (55–80 kg) | 11–20 | Trabajo en grupo de tres personas | 50–60 | 1800–2000 |
Fuente: Versión modificada de Velasco Ortiz 2016, 2.
Como lo señala Bertha en el siguiente pasaje, los trabajadores asentados logran escapar del control patronal sobre la residencia: “¿Por qué traen gente de afuera? Porque no se saben defender, no saben decir no, o sea, a ellos como que el patrón los esclaviza más. Como quien dice, el patrón dice, ‘Yo te traje, y tú vas a trabajar’. Y como uno vive aquí, pues uno es más rebelde y dice, ‘¿Por qué? ¿Por qué tú, jefe, eres así?’” (Grupo focal con empacadores, 8 de diciembre de 2015). Lo que Bertha nos dice es que el asentamiento permite una autonomía personal y laboral que se traduce en autonomía política y fuente de resistencia.
Sin embargo, la inestabilidad y la intensificación siguen caracterizando las relaciones de explotación (tabla 2), y la única salida posible es la movilidad ascendente, cambiando de sector laboral tal como lo reseña Neydi, joven profesionista, extrabajadora del campo e hija de jornaleros agrícolas:
L. V. O. Alguna vez han pensado, “No tengo dinero, no tengo trabajo, me voy al campo”.
NEYDI. Yo no regresaría, porque yo ya trabajé en el campo. Cuando estaba en la secundaria y en la prepa, trabajábamos en el campo en las temporadas altas y en vacaciones.
L. V.O. ¿Cuál sería la razón?
NEYDI. Porque es un trabajo muy pesado.
JAIME. Desgastante.
NEYDI. Desgastante, ajá, físicamente, y te pagan muy poquito [risas]; creo que es mucho trabajo para la remuneración que te dan. Levantarte a las cuatro, cinco de la mañana porque te tienes que hacer tu lonche, porque pasan por ti a las cinco y media, seis de la mañana, y estás ahí a las siete, regresas hasta las cuatro, cinco de la tarde; todo el día y terminas muy cansado. Toda la semana es lo mismo, a veces se trabaja por contrato, a veces por día, a veces había trabajos que eran un poquito más ligeros, otros, por ejemplo, en la temporada de chile y de tomate, pues era andar cargando cubetas, canastos, andar cortando…terminabas bañado de sudor, así haz de cuenta que te fuiste al gimnasio [risas]. Andar en el rayo del sol, hay muchos que terminaban deshidratados. En tiempo de frío, hay temperaturas muy bajas, en tiempo de calor son temperaturas muy altas, son trabajos muy, muy pesados. (Neydi, entrevista, 15 de diciembre de 2015; 27 años, nacida en Valle de Santo Domingo, hija de padres oaxaqueños, estudios de licenciatura)
Inestabilidad e intensificación son los ejes de la precarización laboral de trabajadores agrícolas acampados y asentados. La polémica sobre el salario mínimo del trabajador agrícola (jornalero y empacador) debe considerar que la modalidad asalariada no es la dominante en el modelo agroexportador, sino el pago a destajo, por tarea y por día, que implica un mayor desgaste de energía y de salud del trabajador (Holmes 2013; Daria 2019), y que el monto de salarios y pagos no es constante a lo largo de una temporada o del año. Hasta recientemente, la intensificación se ha vuelto fuente de inconformidad organizada a través de huelgas, como la registrada en el Valle de San Quintín en marzo de 2022. Los y las trabajadoras en paro demandaron aumento del pago por caja de fresa, según fuera primera y canería (de dieciocho a veinte pesos) y la segunda8 (de trece a veinte pesos), así como si se realiza el trabajo a destajo después de ocho horas seguida de trabajo y si es en días domingos (de dieciocho a veintidós pesos) (SINDJA 2022).
Conclusiones
Los pueblos indígenas mexicanos han vivido procesos de despojo y desposesión, no solo de sus recursos naturales, sino también de su propia fuerza de trabajo. El desplazamiento de población colonizada para su explotación ha sido parte del desarrollo del capitalismo agroindustrial en sus diferentes fases, aunque las formas de su explotación laboral han cambiado a lo largo de la historia. En el actual jornalerismo agrícola, perduran elementos comunes al esclavismo y el peonazgo acasillado, tales como el traslado organizado, el control residencial y la explotación intensiva.
Históricamente construidos como el otro colonizado, inferior y sujeto de explotación, pesa sobre los pueblos indígenas la visión del nacionalismo mexicano como campesinos atados a la tierra y a la vida comunitaria con cosmovisiones antiguas, por lo que resulta un reto para la academia develar la posición articulada de etnia-clase como fuerza de trabajo de los pueblos indígenas, en la estructura del capitalismo agroindustrial, sin menoscabo analítico de los derechos a la restitución de recursos naturales ancestrales y de la reivindicación de su identidad cultural. Este artículo ubica su contribución en esa línea de interés académico-político al analizar los mecanismos estructurales y simbólicos que sostienen el modelo etnoracial de explotación jornalera en capitalismo agrícola global.
La importancia del espacio local y regional cobra importancia debido a que constituye el punto de condensación de lo global de distintos elementos tales como capital, tecnología y trabajo. A la vez, la teoría del valor nos permite comprender la intersección entre el minusvalor del trabajo físico en la cadena global de producción y la condición étnica en su dimensión simbólica y material. El control de la fuerza laboral produce segregación espacio-residencial a través del sistema de campamentos y acasillamiento moderno. En tanto, el abastecimiento de mano de obra a través del desplazamiento de larga y corta distancia es parte de la estrategia espacial del capitalismo de extracción de fuerza de trabajo (biosocial), que reproduce la estructura espacial de la desigualdad étnico-racial. A su vez, tales circuitos de movilidad laboral son controlados a través de la industria de la migración con agentes intermediarios laborales que diluyen el conflicto obrero-patronal en una compleja red de poderes microsociales.
La explotación laboral está marcada por la inestabilidad e inseguridad en el empleo, pero además en la importante y característica intensificación del trabajo, a través de micro-mecanismos como la sustracción de pago de horas extras o días de descanso, o bien, formas de pago y trabajo a destajo y tarea, en múltiples unidades de medida de especie, peso y tiempo, que se apropian del valor del trabajo con efectos en la salud y en la vida de los trabajadores y sus familias.
Tanto el control como la explotación son mecanismos que operan a través de la institucionalización como de la informalidad –es decir, a través de vínculos fuertes tales como las relaciones familiares y comunitarias, y los vínculos débiles de carácter institucional, donde los programas de gobierno pueden ser vistos como parte de lo que Harvey (2019, 95) llama el Estado neoliberal facilitador–. Tales mecanismos de acumulación capitalista, control y explotación laboral continúan con la producción de la desigualdad y reproducen el orden simbólico étnico y racial que la naturaliza para ciertas poblaciones, despojando –minuciosamente por generaciones– a los trabajadores, como clase etnizada, de sus capacidades de reproducción social a largo plazo.
Finalmente, los hallazgos expuestos en este artículo muestran una reflexión crítica por parte de los trabajadores que configura una subjetividad de inconformidad constante sobre las condiciones de trabajo –aquí la semilla de la acción espontánea o concertada de los trabajadores agrícolas–.
Notes
La investigación fue realizada en equipo de investigación con Carlos Hernández, quien fue responsable de la aplicación de la misma encuesta en el valle de Vizcaíno, BCS, con el financiamiento de la Comisión Nacional para los Pueblos Indígenas (2014–16). Todos los nombres citados son seudónimos, algunas veces elegidos por los propios entrevistados y entrevistadas.
Mujeres, transportistas agrícolas, jóvenes, empacadores, jornaleros, adultos mayores, indígenas, profesionistas, comerciantes y políticos y activistas.
Se refiere a lo que daba el Programa de Apoyo al Empleo por Movilidad Laboral Interna de Jornaleros Agrícolas, que enlista a los solicitantes de empleo y los conecta con intermediarios registrados y empresas que solicitan trabajadores. A través de este programa, se otorgó hasta 2018 el apoyo económico a la salida y arribo (1,600 pesos en total).
Véase n3.
El artículo 279 ter (280 actual) establece veintisiete semanas como el tiempo que define la condición temporal de trabajador agrícola (Ley Federal del Trabajo 1970).
Se refiere a la banda donde se alinean los trabajadores mientras el espárrago avanza en su proceso de empaque.
La condición de habla indígena aumenta 15.77 veces la probabilidad de trabajar como jornalero de campo (Velasco Ortiz y Hernández Campos 2021, 20, e1411).
La primera es el corte que se realiza cuando hay abundancia de producto. La segunda es cuando las plantas tienen menos frutos. Y canería se refiere al producto dañado o que no cumple los requisitos de calidad y que es usado para mermeraldas, jugos y otros productos procesados.