Las fronteras son consideradas habitualmente como bordes divisorios que demarcan los espacios de “dentro” y “fuera”. De ello derivan concepciones rígidas sobre el centro y la periferia que en muchas ocasiones pueden provocar situaciones de violencia. Esto no es la excepción en la frontera que comparten México y Estados Unidos, cuyas violencias internas (muchas de ellas compartidas) se desbordan hacia uno y otro lado. En el norte: los tiroteos masivos, la discriminación contra los migrantes, la marginación de las minorías, etcétera; en el sur: los feminicidios, la violencia contra las mujeres y las comunidades cuir, el narcotráfico, entre otras. Ante esta oleada de agresiones, muchos críticos se han atrincherado en el límite fronterizo que en sí mismo –por ser un lugar suspendido que no pertenece ni aquí, ni allá– sirve como sitio para generar nuevo conocimiento a favor de la creación de espacios resilientes. Esto es lo que sucede...

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