Es difícil que este título pase inadvertido ya que pretende “reflexionar sobre la dimensión histórica de las emanaciones olorosas y de las sensaciones olfativas” (9) en un mundo que “privilegia más bien la vista” (9). Sin embargo, las imágenes (y cualquier otro elemento sensorial, como los sonidos) son mucho menos tomados en cuenta que la palabra, especialmente escrita, que sigue siendo la fuente más importante para la construcción del saber histórico. A esto se suma que la modernización de Occidente trajo consigo su desodorización, y considerar el olor como relevante históricamente implica, en primer lugar, asumir su mayor presencia e importancia en otras épocas y sociedades. Así, al estudiar su apreciación entre los mayas, Stephen Newton y Sarah Newman señalan que sus idiomas “cuentan con una variedad de palabras para significar ‘olor’, presentándolo a la vez como experiencia y como propiedad abstracta” (52). Proponer vías historiográficas alternativas implica ante todo...

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